Escuela quiteña es como se ha llamado al conjunto de manifestaciones artísticas y de artistas que se desarrolló en el territorio de la Real Audiencia de Quito, desde Pasto y Popayán por el norte hasta Piura y Cajamarca por el sur, durante el período colonial (segunda mitad del S. XVI, XVII, XVIII y primer cuarto del S. XIX); es decir durante la dominación española (1542-1824).[1]
También se la considera como una forma de producción artística y fue una de las actividades más importantes desde el punto de vista económico en la Real Audiencia de Quito.
Se considera que su origen es la escuela de Artes y Oficios, fundada en 1552 por el sacerdote franciscano Jodoco Ricke, quien junto a Fray Pedro Gosseal transforma el colegio San Andrés, en el lugar donde se forman los primeros artistas indígenas.
Como expresión cultural es el resultado de un dilatado proceso de transculturación entre lo aborigen y lo europeo y es una de las manifestaciones más ricas del mestizaje y del sincretismo, en el cual aparentemente la participación del indígena vencido es de menor importancia frente al aporte europeo dominante.
Se conserva esta designación “Escuela Quiteña”, relacionada con el arte plástico, no para significar un estilo singular artístico, ni para ubicar en la ciudad de Quito la aptitud para la pintura y escultura, sino para conservar la tradición de un prestigio artístico colonial, tan caro al sentimiento estético ecuatoriano de hoy, ya al prestigio de Quito, nombre gentilicio entonces de la nacionalidad, y nombradía también de la escultura y pintura quiteña, que era reclamada desde las más lejanas ciudades de América.
En los mismos días en que Sebastián de Benalcázar repartía los solares para la fundación española de la ciudad de Quito, Fray Jodoco Ricke y sus compañeros de la Orden de San Francisco, Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas, recibían para la fundación de su convento, los solares contiguos a los que habían poseído los capitanes de Huainacápac.
Poco tiempo después funcionaba en el convento franciscano el Colegio de Artes y oficios de San Andrés, y el marqués Francisco Pizarro contribuyó, según se afirma, con cuantiosas limosnas para la construcción de la iglesia. En las clases del colegio se enseñaba a los hijos de los conquistadores, y a su lado, a los indígenas, los oficios necesarios como albañiles, carpinteros, y se les ejercitaba también en el canto y la pintura.
Ya más avanzado el período colonial, el escultor español Diego de Robles, recibía alumnos en su obrador.
Así es que, puede afirmarse que desde la fundación de la ciudad de Quito, en siglo XVI, y en los siguientes XVII y XVIII, la escuela quiteña de pintura y escultura inicia su larga historia.
De los compañeros de Fray Jodoco Ricke en la fundación del convento franciscano de Quito, el Padre Gosseal, está comprobado, fue pintor y nativo de Flandes. Y fueron también pintores, en esa misma época, en Quito el dominicano Pedro Bedón y el hermano Hernando de la Cruz, lego de la Compañía de Jesús.
Del Taller de Diego de Robles, con su “encarnador” Luís de Ribera y del taller del Padre Carlos, otros frailes artistas, y de los buenos, salen los más afamados escultores: Manuel Olmos, llamado también “Pampite”; Manuel Chili, conocido en el mundo del arte con su sobrenombre quechua “Caspicara”; Bernardo de Legarda; Manuel Salas; Gaspar Sangurima, al que llamaban “ el Lluqui". Por sus nombres y sobrenombres se comprende que Pampite, Caspicara y el Lluqui, pertenecían a la más pura raza india.
Por lo que toca a la pintura de la época colonial, los artistas sobresalientes, discípulos de los padres Gosseal, Bedón y Hernando de la Cruz, se llaman: Miguel de Santiago, Nicolás Javier Gorivar, Miguel de Samaniego, Antonio Astudillo, Juan Illescas, Isabel hija de Miguel de Santiago, y su esposo Antonio Egas, Simón Valenzuela, Magdalena Dávalos, elogiada como artista por la Condamine, y algunos más.
Poco tiempo después funcionaba en el convento franciscano el Colegio de Artes y oficios de San Andrés, y el marqués Francisco Pizarro contribuyó, según se afirma, con cuantiosas limosnas para la construcción de la iglesia. En las clases del colegio se enseñaba a los hijos de los conquistadores, y a su lado, a los indígenas, los oficios necesarios como albañiles, carpinteros, y se les ejercitaba también en el canto y la pintura.
Ya más avanzado el período colonial, el escultor español Diego de Robles, recibía alumnos en su obrador.
Así es que, puede afirmarse que desde la fundación de la ciudad de Quito, en siglo XVI, y en los siguientes XVII y XVIII, la escuela quiteña de pintura y escultura inicia su larga historia.
De los compañeros de Fray Jodoco Ricke en la fundación del convento franciscano de Quito, el Padre Gosseal, está comprobado, fue pintor y nativo de Flandes. Y fueron también pintores, en esa misma época, en Quito el dominicano Pedro Bedón y el hermano Hernando de la Cruz, lego de la Compañía de Jesús.
Del Taller de Diego de Robles, con su “encarnador” Luís de Ribera y del taller del Padre Carlos, otros frailes artistas, y de los buenos, salen los más afamados escultores: Manuel Olmos, llamado también “Pampite”; Manuel Chili, conocido en el mundo del arte con su sobrenombre quechua “Caspicara”; Bernardo de Legarda; Manuel Salas; Gaspar Sangurima, al que llamaban “ el Lluqui". Por sus nombres y sobrenombres se comprende que Pampite, Caspicara y el Lluqui, pertenecían a la más pura raza india.
Por lo que toca a la pintura de la época colonial, los artistas sobresalientes, discípulos de los padres Gosseal, Bedón y Hernando de la Cruz, se llaman: Miguel de Santiago, Nicolás Javier Gorivar, Miguel de Samaniego, Antonio Astudillo, Juan Illescas, Isabel hija de Miguel de Santiago, y su esposo Antonio Egas, Simón Valenzuela, Magdalena Dávalos, elogiada como artista por la Condamine, y algunos más.
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